domingo, 27 de diciembre de 2015

Rocío

     Vivo en un edificio a medio construir. Hay muy pocos vecinos, pero entre los pocos vecinos está mi eterno amor platónico. La veo bajarse de un coche dirigiéndose hacia el portal del edificio. Sé, por lo que ella me dijo anteriormente, que ése era su novio. La intercepto y comienzo ha hablar con ella. Mientras hablo, pienso en que querría estar con ella de forma íntima; tenerla entre mis brazos y besarla. Pero después de una pequeña conversación nos despedimos y ella sube a su piso.
     Me voy a dar una vuelta por el pueblo. Tiene las calles estrechas hay muchos edificios a medio construir o reformar. Es extraño. Me siento en un banco y aparece Rocío. Se sienta conmigo en el banco y seguimos hablando. Le digo que me gusta y que quiero estar con ella para siempre. Me recuerda que tiene novio, pero se acerca más a mí. Me fijo en su cara y tiene unos lunares que no recordaba. Desde luego no le quitan belleza. Le beso la cara y la abrazo. Es tan dulce.
     Nos vamos al piso de unos amigos y nos metemos en una habitación. Me siento en una silla y ella se sienta sobre mis piernas. Me coge la cara y me besa en un párpado, después en el otro, me dice que me quiere y me besa en los labios con tanta dulzura, tan suavemente. No quiero que esto acabe nunca, pero sé qué esto acabará. Me inquieto, me incomodo, y me despierto pensando en ella.

     Recuerdo aquella tarde de lunes 22 de diciembre en que estábamos los tres, Gema, tú y yo. Estábamos acordando ir a spinning el viernes siguiente. Nos parecía demasiado tiempo no hacer deporte el miércoles por Noche Buena y tal. Gema y yo íbamos a ir al gimnasio, lo teníamos claro. Pero yo quería que vinieras tú también, la verdad. Dijiste que querías ver el Belén de navidad con tu novio, y yo me reí de ti diciendo: »Claro, los muñequitos de la maqueta están muy bien y es una parte esencial de la vida con la que no se puede dejar de vivir«. Tú sonreías, pero noté que era forzado; no había que ser un lince para darse cuenta. Pero yo quería que vinieras y tampoco le di mucha importancia. Cuando a mí no me afecta no le doy importancia. Puto egoísta.
     Cuando pasó la Navidad me pillaste a solas y me dijiste las palabras más tristes que he escuchado nunca: »Me voy. Me cambio de gimnasio«. Yo te dije que no te fueras, que ese era el mejor gimnasio en relación calidad precio, y el más limpio. Nunca he sabido expresar muy bien mis sentimientos cara a cara, y no te dije que me gustaba que estuvieras por allí, aunque solo fuera por verte. Que eras la luz de aquel lugar. La mejor persona que he conocido nunca y solo tenerte por allí para charlar contigo era suficiente para estar a gusto. Pero no te dije nada de eso y te fuiste.
     Un mes más tarde fui al gimnasio por la mañana, en un horario en el que no solía ir. Estaba en la puerta de la sala spinning cuando te vi otra vez andando hacia mí, pero te hiciste la despistada y te pusiste ha hablar justo con la chica que tenía al lado. Te saludé,  te hiciste la sorprendida y te pusiste ha hablar conmigo. Me alegré muchísimo por tenerte cerca en el espacio aunque no en el tiempo. Me di cuenta de que lo único que habías hecho era cambiar de horario, supongo que, para no verme. Ese pensamiento me entristeció y, por primera vez, fui consciente de como puedo llegar a cagarla en tan breve espacio de tiempo.

     @eltiopacote
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